El pasado sábado me sorprendió la muerte de Javier Tomeo. No puedo considerarme un gran lector de este escritor aragonés, sin embargo, recuerdo haber leído algunas publicaciones suyas en prensa y sobre todo lo recuerdo de varias entrevistas televisivas. Por ello aposté por leer un libro que llevaba conmigo unos veinte años regalo de mi hermano y de mi cuñada, y que por circunstancias nunca había optado por su lectura.
Como aragonés que era apostó por una escritura que responde más al campo del absurdo y de la insignificancia. Y en el fondo la obra que he leído esta semana Patio de butacas, publicada en 1991 por la Editorial Cátedra habla de eso, de la extraña vivencia de un espectador que intenta asistir a una obra de teatro, que el creer por su nombre que es húngara, y sin embargo, el espectador se acaba convirtiendo en el actor principal de la misma al analizar en sus treces capítulos a sus compañeros de “cautiverio” y al comentar sus ocurrencias tanto las pertinentes como las impertinentes. En gran medida y, por momentos, me ha remitido al teatro del absurdo, pero también a un existencialismo kafkiano en el que no sabes, ni llegas a saber nunca, el por qué de las cosas.
En la solapa del libro nos presenta su resumen. Dieciocho personas (seis mujeres y doce hombres) coinciden en un pequeño teatro. Nadie sabe cuál será la obra a representar, pero desde los quince minutos previos al inicio de la obra hasta la una de la madrugada el telón no llegará a levantarse. Pasarán los minutos y los espectadores clavados en sus asientos permanecen extrañamente en los mismos.
En esas más de cuatro horas no ocurrirá nada relevante. Bueno, sí. Algún espectador muere, a algunos se los lleva. Otros harán el amor apasionadamente, pero con respeto. De hecho los acomodadores parecen llevarse a unos y dejar a otros. Entre los dispersos espectadores poca interactuación, aunque conoceremos de algunos sus nombres, como a Hernesto- sí, con “h”, sus características físicas, sus tic´s, pero también el diseño de los hará mañana y sobre todo algunas recetas. Dice la contraportada del libro que “mientras el reloj avanza podría decirse que, de hecho, todos los que están en el patio de butacas se han convertido en actores y representan el papel de sus propias soledades e insignificancias”.
La obra – realmente- me ha recordado en algunos momentos aquella obra cinematográfica de otro aragonés universal, no, no hablo de Goya, sino de Luis Buñuel realizada en México y que se conoce con el nombre del “Ángel exterminador”.
El libro está escrito en un tono relajado, sobrio y minimalista por medio de frases cortas que reflejan su imaginativo mundo adecuado para una situación desconcertante como la que vivimos en el teatro con esos pocos espectadores y ese grupo de acomodadores que se mueven y apenas interactúan con los personajes, y meno, con el protagonista.
Creo que la obra que acabo de leer es muy representativa pues tengo entendido que en casi toda las suyas el final permanece abierto.
Para finalizar indicar que en este caso el punto y final de un escritor me ha permitido descubrir a Javier Tomeo en su auténtica dimensión novelada, y , por otro lado, cumplir con mi deber como hermano dando satisfacción o lo que fue un regalo.
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