miércoles, 20 de abril de 2016

Querido Eduardo en el Parnaso

Cuatro o cinco años. No soy capaz de precisar, pero fueron suficientes para ver y comprobar que  nos unía mucho más que unos alumnos, unos recreos, unas guardias o unos cafés. Me lo había avisado mi mujer, cuando llegues a tu nuevo centro te vas a encontrar una magnífica cobertura en lo profesional y lo personal con Eduardo. Y efectivamente, así fue.

No era un profesor más. No quería serlo.  Dominaba su tema, la filosofía, pero lo realmente era la palabra, y junto a ella el encerado y la comunicación, al fin y al calvo, la trasmisión del pensamiento. Podía establecer un hilo de comunicación con sus alumnos y lo que empezaba en lo humano y terrenal acaba en el tratamiento de lo divino en un sentido sublime. Grupo al que daba clase, grupo que quedaba subyugado intelectualmente y bajo su control afectivo, abierto de manera absoluta al aprendizaje.

Fue mi compañero y amigo desde que lo conocí en septiembre de 2006. Nos intercambiamos horas y confidencias, ajustamos horarios para que pudiera ir a una lectura poética de su obra, para ser jurado o para leer sus poemas acá y allá. Estuvo en México en la Feria del libro de Guadalajara y nos trasmitió su experiencia entre lo más granado de los escritores.

Cuando intervenía en alguna mesa, nos transmitía antes su agitación previa y después su satisfacción. Lo suyo, a pesar de su nacimiento y estancia hasta la adolescencia en Brasil, a nivel de conversatorios , palabra que no existye pero que me gusta,   no era el fútbol,sino otros temas como el cine, la filosofía y sobre todo la poesía. En ese sentido era muy celoso de su intimidad. Nunca nos comentaba qué estaba escribiendo ni de dónde se había inspirado ,aunque en una ocasión, rompiendo con su silencia creativa, nos lo comentó.

En nuestro caso, al estar en las trincheras de la educación hablábamos más de lo humano que de lo intelectual. Como ser rabiosamente humano que era, le angustiaba lo cotidiano, le indignaba la política, le abrumaba la administración  y no consentía la mala educación. La familia para él era un tema, hablando en su pasado más remoto, en cierto sentido doliente. Recuerdo una intervención suya en un claustro que nunca tuve claro si hablaba de  sí mismo, en una sufriente primera persona,  o de nuestra labor profesional.

Fue premiado, y en múltiples ocasiones, pero lo que más ilusión le hizo, lo sé, fue verse dentro de una antología de la nueva poesía española. Un recuerdo imborrable para mí está en ese taller de caipirinha en junio de 2007 que se nos ocurrió montar: Cachaça hielo, azucar y lima... Y tras ello risas...

Hoy al saber de su muerte no he podido evitarlo.He buscado algunos de sus poemas y me he decantado por estos dos pues, al fin y al cabo, ambos fueron escritos en ese momento en que nuestros caminos profesionales se cruzaron. El primero se llama Física Aplicada y el segundo el Arte del encuentro.
Suponiendo que un hombre, una mujer
parten de puntos divergentes, dispersos en un plano,
lugares que se ignoran entre sí,
y a la velocidad del entusiasmo 
emprenden la aventura, se ponen en camino, 
van por ahí remando en aguas turbias, 
van por ahí escuchando el vasto germinar de las semillas, 
al acecho, en sigilo, ahuecando la tierra a la esperanza, 
suponiendo que trazan trayectorias de curso irregular, 
cada cual a su amor, virando al viento, 
quebradas trayectorias cuyo sentido puede 
al mínimo temblor girar hacia el vacío, 
suponiendo el afán, la búsqueda, la sed, 
el ensueño del goce, la ilusión y la ausencia, 
calculemos, a golpe de intuición, 
cuántas veces tendrán las trayectorias 
que cruzarse en el brillo de unos ojos, 
unos labios que invitan, unas manos que asienten, 
para incendiarse a un tiempo, hombre y mujer, sembrar la tierra 
de llamas como ráfagas de lluvia. 

 Eduardo García: La vida nueva. Madrid, Visor, 2008.

Estés dónde estés, aunque seguro que ahora habitas en el Parnaso, esa morada de Musas que te inspiraron en tantas ocasiones, en esa patria de los poetas, te envío desde aquí, el mundo terrenal,  un fuerte y eterno abrazo. 


EL ARTE DEL ENCUENTRO

Yo que nací para la vida nómada,

yo que he soñado el don de las navegaciones,
he sido un funcionario. Disculpad, compañeros,
si me visteis sonámbulo vagar por los pasillos,
distraído atender vuestras razones,
si se me emborronaba la mirada
y escaleras abajo
se me fugaba el alma a otro país.

Y sí, tenéis razón, ya me hago cargo.
Erré la perspectiva, ahora lo sé.
Creía que el trabajo 
era tan sólo una hipoteca,
un cautiverio a plazos, el precio de la vida
que más allá de la verja me aguardaba.

Y sin embargo
lo cierto es que no hay verja ni frontera
que rasgue nuestra vida en dos, no hay muro
capaz de contener el entusiasmo. Somos 
a un tiempo aquí y allá, 
con la entraña empeñada en todos los peldaños,
en la cama, en la calle, en la camisa.

Quizá por eso
me he dejado la piel entre estos muros,
derrochando el afán y los zapatos 
no menos que en mi más secreta intimidad, 
psiquiatra improvisado
probando a conservar la calma en el delirio, 
en la perpetua marejada adolescente.

Si no me he derrumbado en el intento
a vosotros lo debo. Tenéis mi gratitud
por la mano tendida en el momento justo,
por la palabra cómplice y el guiño,
por mirarme a los ojos
cuando me atenazaba el desaliento,
por arrojarme el salvavidas del humor.

Mas ya me conocéis, 
lo mío es navegar de puerta en puerta,
arrojarme al sendero, estar de paso,
escapar al carril de la costumbre
para sentirme vivo, 
para recomenzar.

Dondequiera que vaya vendréis todos conmigo,
poblaréis mi memoria de ocasiones.
Con sangre pagaré el billete para el viaje. 
Pues la vida es el arte del encuentro
celebro cuanto pude vivir a vuestro lado.
Me quedo mi agujero. Os dejo mi amistad. 



Eduardo García
en Córdoba, a 15 de Septiembre de 2010


miércoles, 13 de abril de 2016

Razones para leer al chivo


Son varias las razones que me llevaron hasta esta joya de la literatura en castellano que es La fiesta del chivo novela escrito en el año 2000 por el escritor hispano-peruano Mario Vargas Llosa, premio Nobel de Literatura en 2010. 

Las dos razones principales para ello tienen que ver con dos experiencias personales. La primera, estrictamente familiar. La República Dominicana era algo cercano a mi familia. Desde pequeño me habían parecido alucinantes los muchos sellos que había en casa timbrados desde este país caribeño, Esto se debía a un tema familiar. Una tía abuela, hermana de mi abuela Joxepa, llevaba allí desde tiempo inmemorial, Vivía en Santiago y ejercía allí su docencia como maestra y la espiritual como monja dentro de la orden de las Mercedarias de la Caridad. La vía de comunicación con su hermana y sobrina, mi madre, era la epistolar y desde las mismas nos llegaba información sobre la vida en la isla.

La segunda razón es también personal, Me encontraba en octubre de 1992 en el aeropuerto de barajas, haciendo hora para tomar un vuelo que se dirigía a Vigo, por razones que ahora no vienen al caso. La larga espera  me llevó a iniciar la lectura de un libro. Se trataba de la obra la Muñeca Rusa, un libro de relatos cortes de un  escritor argentino, Adolfo Bioy Casares.  Mientras lo leía un señor se sentó a mi lado. Yo, inicialmente no le hice mucho caso. Pero al cabo del rato descubrí que la persona en cuestión era Mario Vargas Llosa. Me puse nervioso, mientras el escribía en un cuaderno. ¿Qué escribía? No lo sé, pero cuando tuve valor me presenté y le declaré que era un admirador suyo desde que había leído uno de sus primeros libros: La ciudad y los perros y La guerra del fin del mundo. Tras cruzar una conversación banal en la que el marchaba a Londres , pues creo que, por entonces vivía o daba clases allí- lo cierto es que me despedí de él y en respondió muy cortés, levantándose, dándome la mano   y diciendo que estaba encantado de conocernos. Entiendo que era cortesía y educación americana, pero fue todo un placer.

Vargas Llosa, ya por entonces Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 1986, más tarde publicó Los cuadernos de don Rigoberto (1997), que no leí, aunque el siguiente sí que cayó en mis manos. Era La Fiesta del Chivo (2000)   

El libro se ambienta en la República Dominicana y retrata la preparación del atentado que culminará con el asesinato del dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo y sus secuelas, desde dos puntos de vista con una generación de diferencia: durante e inmediatamente después del asesinato en sí, en mayo de 1961, y treinta y cinco años más tarde.

En todo, también hay una amplia reflexión sobre el apogeo de la dictadura, en la década de 1950, y su importancia para la isla y sus habitantes.

La novela sigue tres líneas narrativas entrelazadas. La primera se refiere a una mujer, Urania Cabral, que está de vuelta en la República Dominicana, después de una larga ausencia, y lo hace para visitar a su padre enfermo en el presente - 1996-, y que termina recordando un miserable incidente de su juventud que reactiva un viejo recuerdo en virtud del cual descubrimos su violación siendo una niña por parte del Chivo.

La segunda historia se centra en el último día en la vida del generalísimo Trujillo tras 31 años en el poder en ese mayo de 1961, desde el momento en que se despierta en adelante, y nos muestra el círculo interno del régimen, con Joaquín Balaguer a la cabeza y entre los que se encuentra Cabral, el padre de Urania, una vez perteneció y los familiares del dictador.

La tercera historia describe a los asesinos de Trujillo, muchos de los cuales habían sido leales al gobierno, mientras esperan el coche del Presidente tarde esa noche.

Después del asesinato, esta historia nos muestra la persecución y la brutalidad con la que se reprimieron a los participantes en el atentado, especialmente llevado por los hijos del dictador: Rafael Leonidas (Ramfis)y Rhadamés.

El libro es un retablo de la República Dominicana en el que descubrimos la posición omnimoda del dictador, la capacidad del régimen para perpetuarse en el poder, la vida del megalómano Trujillo, pero también nos acercamos a sus conspiradores.

La novela trata del poder y de la corrupción del sometimiento, de la cobardía, del machismo y la perversión sexual  de la memoria, en ocasiones dolorosa y de la necesidad de no olvidar,

La historia de Urania acaba cuando ella termina narrando los terribles acontecimientos que condujeron a su salida del país a la edad de 14 años.

Vargas Llosa a la hora de narrarnos el relato mezcla la realidad de unos acontecimientos , así como la ficción. Es un libro sobre algo que pudo ocurrir pero no hay constancia de que ocurriera.

Por supuesto en la novela si aparecen personajes reales y el escritor los describe tanto desde el punto de vista físico sino desde el punto de vista moral, en este sentido casi los desnuda.

En palabras de Vargas Llosa, "es una novela, no un libro de historia, por lo que me tomé muchas, muchas libertades. [...] He respetado los hechos básicos, pero he cambiado y deformado muchas cosas con el fin de hacer la historia más persuasiva y no he exagerado."

La fiesta del chivo recibió comentarios positivos en gran medida, con los comentaristas del libro destacando la representación de la relación entre la sexualidad y el poder, y las descripciones explícitas de hechos violentos. 
De aquí salté a otro libro con contagio, Galíndez, del año 1990, una crónica de una investigación sobre el secuestro, tortura y asesinato de Jesús Galíndez creada por Maneul Vázquez Montalbán. Libro que por cierto recomiendo, aunque siempre me preguntaré si aquel compañero de viaje que durante unos minutos lo fue estaba escribiendo algunas páginas de este libro.