Buenas tardes.
Antes de nada quiero expresar mi agradecimiento a la dirección del centro por querer contar conmigo y convertirme hoy en portavoz de todo el profesorado; agradecer igualmente a mis compañeros y compañeras por cederme ese protagonismo. Igualmente agradecer la presencia al alumnado aquí presente así como a los familiares que han venido para acompañaros, especialmente, en una calurosa tarde - noche donde existe una lógica e interesante competencia con el fútbol.
Cuando me decidí a escribir las primeras notas para este discurso lo primero que pensé fue en el curso anterior. Para estas fechas del pasado curso escolar me estaba despidiendo de la comunidad educativa del que había sido mi centro una vez pasado allí casi una década.
Sin embargo, en esta ocasión, y dado que llevo en este centro menos de un año, he dudado- y mucho- sobre en qué centrar este discurso.
Tras reflexionar algo sobre lo que hablar, pensé que podía hablar en lo que supone el IPEP. Bajo esas siglas de IPEP, hay un Instituto que aparentemente se centra en la Enseñanza de Personas Adultas. Sin embargo, yo creo que toda la Comunidad Educativa de este centro pretende que sea mucho más que eso.
Como ya sabéis IPEP literalmente significa Instituto Provincial de Educación Permanente. Subrayo eso de Educación Permanente que lo entiendo en un sentido casi contrario al que pudiera tener en castellano. Lo permanente está ligado a un estado o situación que no experimenta cambio alguno. De hecho, nuestra esperanza como docentes es la contraria: que el alumnado que se forme aquí experimente una mejora en su situación intelectual y esta le permita progresar en su vida profesional o personal.
En ese sentido el IPEP tiene como objetivo prioritario la promoción y el desarrollo de las personas adultas a través de la formación en su doble ámbito vital y laboral. Es aquí donde parece cumplirse lo que, en su momento, fue defendido por el escritor, médico y dramaturgo ruso Anton Chejov quien decía que “La sabiduría no viene de la edad, sino de la educación y del aprendizaje”.
Pero como he dicho anteriormente, un centro educativo, y mucho más un centro como éste, tiene que aspirar a más. No sólo debemos centrarnos en lo estrictamente formativo, sino que nuestras aspiraciones han de ir, además, en la gran idea defendida por Aristóteles cuando escribía que “Educar la mente sin educar el corazón no es educación en absoluto”.
Ante esa concepción que, al menos, tenía el filósofo griego, y que coincide en gran medida con la idea que yo tengo de la educación, opté, en mi primera experiencia como profesor de personas adultas, por marcarme un par de objetivos.
El primero de ellos fue el que fueseis adquiriendo una mayor autoestima como estudiantes, es decir, en recuperaros para el estudio, pues muchos lo habíais abandonado hacia años. Las razones que llevaron a abandonar el sistema educativo han sido variadas. El trabajo, la familia, los vericuetos de la vida o el mismo sistema educativo os pudieron excluir en su momento.
En ese sentido, tengo que reconocer que es cierto que la vida nos lleva siempre por caminos que en ocasiones son tortuosos, largos y tormentosos. Pero que si uno supera esas dificultades, muchas veces vitales, podemos concluir en la misma idea a la que llegó uno de los principales filósofos norteamericanos de la primera mitad del siglo XX, John Dewey, quien dijo que “La educación no es preparación para la vida; la educación es la vida en sí misma”.
Una vez cubierto el primer objetivo, engancharos a los estudios, me marqué un segundo: administrar eso que yo, a veces, he comentado en clase y que le llamado la resiliencia.
En alguna ocasión a mis alumnos y alumnas de tutoría les he hablado de esa capacidad que tenemos todos los humanos para sobreponernos a las situaciones adversas. Durante estos últimos nueve meses, hemos vivido en no pocas ocasiones momentos de dudas y zozobras, pero es, en esas circunstancias, en las que ha de surgir nuestra capacidad de superación, para seguir, seguir y seguir.
Para ello, y eso me consta, los profesores y profesoras os hemos animado en múltiples ocasiones a mantenernos firmes antes estas dudas e inquietudes que han ido surgiendo, especialmente, en febrero, durante el meridiano del curso escolar.
Una vez aclarados estos dos objetivos, que en principio, me marqué, he de reconocer que a lo largo del curso se han ido produciendo para mí algunos alumbramientos procedentes de mi alumnado.
El primer descubrimiento de la realidad de la Educación de las personas adultas que me ha ido influyendo en este primer año de servicio aquí, ha sido poner en valor el enorme mérito que supone el sacrificio de vuestro tiempo que, en la mayoría de los casos es muy limitado, y que ha supuesto un elemento de superación en lo personal y que se extiende a vuestras familias.
Indudablemente es un sacrificio adecuado, muchas veces incómodo, pero que es precisamente ese esfuerzo realizado con inteligencia y conciencia el que ha dado sus frutos o compensaciones.
Ese sacrificio de vuestro tiempo libre va mucho más allá de aprobar un examen o entregar un trabajo – cosas que también son importantes- , ya que en gran medida os habéis transformado en hombres y mujeres modélicas ante los que os rodean.
Mi segundo descubrimiento ha sido la enorme satisfacción que he sentido cuando alguno de vosotros me habéis dicho lo muy orgullosos y orgullosas que os sentís cuando vuestros hijos e hijas os han preguntado dudas en sus estudios y vosotros habéis podido responder a ellas, cuando antes os sentíais inseguros o impotentes. En ese sentido os habéis convertido en trasmisores no sólo de conocimientos sino de valores. Suponéis, en muchas ocasiones, referencias para vuestros hijos e hijas por ese carácter modélico que os comenté anteriormente. Ahora sois su referencia de futuro.
Por lo demás, y como en cualquier nivel educativo, he visto en este último año que hemos tenido tiempo para todo. Para trabajar y para reíros, para estudiar y para salir, y para presentar quejas o discrepar, o para sufrir angustias, sinsabores, pero también alegrías.
Desde septiembre hasta hoy he comprobado una evidencia: que en la educación de adultos se repiten las mismas funciones básicas que en la escuela ordinaria.
Hemos ido desde lo esencial, adquirir las habilidades básicas instrumentales, hasta la adquisición del conocimiento, pasando lo que para muchos ha sido lo más importante: la socialización.
De aquí parecen haber surgido amistades inquebrantables, aunque también en ocasiones, fricciones. La Escuela o la Educación de Adultos no tiene que ser la Arcadia Feliz, pues es un extracto de lo que contiene toda la sociedad, y si ésta funciona, la educación funciona, y viceversa.
Un año da para mucho, incluso para titular en la ESO o en BTO. A los que lo habéis conseguido os tengo que felicitar; a los que no, os tengo que pedir que perseveréis en la consecución de un título que está en vuestras manos.
Como afirmaba un líder de la comunidad negra de los años sesenta Malcolm X “La educación es nuestro pasaporte para el futuro, porque el mañana pertenece a la gente que se prepara para el hoy”.
Especialmente ese pasaporte es importante para los adultos ya que la formación nos rejuvenece externa e internamente. Y lo importante en la vida, y de eso soy consciente como adulto, es vivirla aunque sólo sea para poder contarla.
Para acabar, y de cualquier manera, a unos y otros, a todos y todas, os tengo que dar las gracias por haberme enseñando tanto. Nunca he conseguido olvidar – ni quiero- lo que aprendí hace tiempo, y es que, en el fondo, siempre se está en una fase de aprendizaje y en proceso de construcción. Ante esto uno entiende que es difícil ser maestro en algo, y esa imposibilidad es la que te obliga a seguir formándote y aprendiendo, y a disfrutar de ese aprendizaje cosa que yo he sentido en este curso escolar.
Por último, recordaros algo lo que dijo alguien más trascendente que yo, Confucio, un pensador chino en el siglo V antes de Cristo “La educación genera confianza y la confianza genera esperanza (…)”.
Yo añado que de la esperanza muchas veces surgen los sueños y, como una vez me dijo se preguntaba una de mis compañeras ¿No estamos aquí para que nuestros alumnos y alumnas cumplan sus sueños?
Muchas gracias a todos y todas, pues ha sido todo un placer haber compartido este año.