Si
en la historia de la literatura clásica Hesíodo y Homero ocupan un
lugar en el olimpo literario – no mejor aplicado para un griego clásico-
en parte de sede a que otros previos con sus historias inspiraron a
éstos. Y si el origen de los dioses , la humanización a través de los
trabajos y los días o la lucha por el honor, la gloria y el comercio son
algo a día de hoy, se debe a que en la tradición helena existían otras
historias previas en las que los seres humanos vivían condicionados por
la presencia de los dioses. Robert Graves en su obra “El vellocino de
oro” parte de la tesis de que la historia argonaútica pudo ser cierta y
tuvo lugar con anterioridad a la Ilíada. De
hecho alguno de los relatos que protagonizan Jasón y el resto de
tripulantes del Argo pudieron ser tan reales como aquel que nos cuenta
la destrucción de Troya.
El vellocino de oro
de R. Graves resulta ser una novela mitológica primorosa por su
concepción poética. El autor británico nos narra el periplo de los
minias partiendo de Yolco, frente a las cotas de Eubea, hasta llegar a la Cólquide
en el Mar Negro, y nos es una narración sin más es un acercamiento a la
mitología, pero también a la humanización y racionalización de algunos
mitos. ¿O no lo es la transformación de harpías en milanos o la de aves
del Estínfalo en espátulas?
El
vellocino de oro en los mitos griegos era la piel de cierto carnero
perteneciente al templo de Zeus que años antes salvara a Frixo y Hele de
los celos de su madrastra Ino y que estaba custodiado en la Cóquide,
región situada en el final del Mar Negro a ojos de un griego (actual
Georgia), en el reino de Eetes, padre de Medea y hermano de Circe y
Pasífae, y que estaba custodiado en un espacio sagrado dedicado a
Prometeo. Años más tarde, Jasón sería el encargado de encontrarlo y
llevarlo a Yolco, la ciudad en la que gobernaba el tío de éste, Pelías
tras apartar del poder a s padre Esón, que temía que el joven quisiera
recuperar el trono que por derecho le correspondía y le mandó esa
arriesgada empresa con la confianza de que nunca volviera.
La
aventura de los argonautas que así nace es la aprovechada por Graves
para recrear todas sus conjeturas acerca de aquella etapa de la historia
helena. Más allá de aciertos y atrevimientos históricos, el resultado
es un libro excepcionalmente lírico, rico en matices y caricaturizado a
veces (la figura de Hércules lo atestigua). Robert Graves presenta como
trasfondo del viaje el pasado matriarcado de los pelasgos, frente a la
nueva religión, la de los aqueos, patriarcal y olímpica. Por eso pasa
por islas como la de Lemnos o nos describe multitud de pueblos por donde
pasará la expedición y las aventuras a las que se verán abocados.
Resulta
un libro denso y complejo para los no iniciados en mitología. Pues esta
historia es una continua recurrencia a la mitología y tras mito la
historia se diluye o te conduce siempre que lo tengas claro. Sin dioses,
se humaniza la acción y las motivaciones son más terrenales. Es lo que
elige Graves. Pero lo hace con tanta fuerza e introduce tanta
documentación y realismo que el aspecto mítico se ve reforzado. Además,
pese a la intención del autor, eminentemente histórica o historicista, y
casi sin quererlo, crea una exposición mitológica.
Para Graves el viaje de Jasón fue real y yo como historiador doy tanto
peso a lo narrado como al apartado documental con el que apoya su libro.
He leído por ahí que si nos acercamos a Graves como historiador que nos
andemos con cuidado, pero sabemos que esto es literatura y que si se objetivo era disfrutar con el libro, ese fin se cumple sobradamente. Dejemos atrás la rigurosidad. Las suyas son hipótesis muy interesantes debido a su genio, pero alejadas de cualquier certeza. ¿Y qué?
Esta entrada se escribió un anó antes de su publicación, el 21 de agosto de 2012, pero por ajustes entre blogs se ha insertado en la del año 2013 con esa misma fecha y ese mismo título "Historias del Mediterráneo". .
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