Ayer al enterarme a primera hora de la muerte de una de las figuras más importantes en la historia del fútbol español publiqué esto en mi página de Facebook.
Luis Aragonés, el entrenador que configuró la actual selección española, con el que ganamos la segunda Eurocopa,la de 2008, el que limpió la selección española de insolentes e insumidos, el que puso a los periodistas en su sitio, el que dio al Atlético de Madrid días de gloria como jugador - qué golazo le metió al Bayer, de falta- y como entrenador con el ganó alguna Liga y sobretodo lo subió tras su descenso a los "infiernos", se ha muerto. Adiós a un sabio con zapatones.
Mi hermano, agazapado como siempre bajo otra identidad, ha escrito como comentario “Todavía recuerdo cuando fue a jugar contra el Córdoba y en el Hotel de El Cordobés lo salude”, pero yo voy a contar otra anécdota vivida en primera persona con respecto a este genio y figura.
Se sabe que el Atletí bajo a los infiernos, por su mala cabeza, y allí pasó dos años de penitencia merecida. Vino a jugar a Córdoba. Era la segunda temporada en este purgatorio que es la Segunda División, donde los aficionados al fútbol, y especialmente los del Córdoba, expiramos nuestros muchos pecados. Pues bien, era el día 3 de noviembre del año 2001 y no existían ni redes sociales ni nada que se le pareciera. Nos juntamos unas familias de amigos para comer. Nos fuimos a la Casa Salinas de la Puerta de Almodóvar, y tras la comida, ya bien vestidos por fuera, y comidos de buenas viandas y mejores finos, por dentro , dijimos de ir a ver el partido contra el Atlético.
Nos fuimos al Nuevo Arcángel andando. De camino a unos aficionados perdidos y guasones del Atletí, que preguntaron por el campo de fútbol lo mandamos para la calle Torremolinos. Compramos las entradas. Cogimos las de Tribuna y nos colocamos en nuestro sitio.
Más tarde, mientras uno de los nuestros se acordaba permanentemente de la madre de Sandokán, como si fuera Emilio Salgari, – pues éste estaba en el palco, acompañado por alguien del que no quiero acordarme, que fue condenado por su actuación como alcalde- , y casi se lo llevan los guardias de seguridad, yo me bajé a las gradas más bajas, cerca de los banquillo.
Por supuesto, yo que en esa tontería que es el fútbol en el que tengo dos amores, uno es al que quiero más, al Córdoba C.F., y al otro equipo, sólo es mi amante, que aunque también lo estimo mucho, sólo es mi amante, iba con los blanquiverdes.
Pues bien, yo estaba allí para animar a mi Córdoba, pero tenía una segunda razón: estaba allí, igualmente, para ver al que consideraba mejor entrenador español de todos los tiempos: Luis Aragonés.
El partido fue malo de solemnidad.
El Córdoba perdió contundentemente por 0 a 2, con una defensa que era un coladero. Pero la única satisfacción que saqué del partido fue ver de cerca de Luis Aragonés, sus movimientos, sus voces a los jugadores, sus desplantes. Yo que iba con el Córdoba, aminé al entrenador de - en ese día enemigo- desde mi butaca y la proximidad de la grada diciéndole en varias ocasiones lo grande que era. Era genio y figura, y en este caso, lo ha sido hasta la sepultura.
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