Tras mucho tiempo deshojando la flor, finalmente, opté por entrar en su interior. No, no es un nombre desnudo ni una obra de intriga. Se trata de una obra tremenda, contundente, llena de sabiduría, y que nos deja desnudos, sí, desnudos a los ignorantes. Indudablemente el haber visto la película con anterioridad (ya comentada), y muchas veces, me ha ayudado. Pero, indudablemente, la obra literaria tiene mucho más cuerpo. La temática es conocida yo creo que por todos: Baja Edad Media, lucha entre emperadores y papas, en las que se ve inmersa los miembros de distintas órdenes. Lo vemos todo desde una perspectiva franciscana y con un protagonista estelar: Guillermo de Baskerville, que aparece acompañado de su discípulo, el novicio benedictino Adso de Melk.
Estamos hablando de la primera obra literaria del filósofo italiano y experto en semiótica Umberto Ecco. De aquella que nos narra los aconteceres de en una innominada abadía y en relación a su impresionante biblioteca se van a producir una serie de crímenes en relación a un libro desconocido que mata.
A eso se suma una reunión entre los delegados del Papa y los líderes de la orden franciscana con la presencia de un inquisidor, Bernardo Gui, y un entorno de herejía, una pasada, la dulcinista, otra a discutir, la doctrina de la pobreza apostólica, promovida por una rama de la orden franciscana: los espirituales del capítulo de Perusa.
Se acerca la obra a una abadía de la muerte, en la que se desarrolla un aparente Apocalipsis, que será desmontado por Guillermo y Adso hasta que dan con el libro envenenado que mata: el desaparecido segundo libro de la Poética de Aristóteles.
Una lucha de gigantes entre el método científico y racionalista de Guillermo y el fanatismo religioso de Jorge de Burgos, pone fin a la historia de muertes, pero también a la abadía.
En 1985 el autor publicó Apostillas a El nombre de la rosa, una especie de tratado de poética en el que comentaba cómo y por qué escribió la novela, aportando pistas que ilustran al lector sobre la génesis de la obra, aunque sin desvelar los misterios que se plantean en ella.
Al año siguiente, y dado el éxito internacional de la misma, (El nombre de la rosa ganó el premio Strega en 1981 y el Premio Médicis Extranjero de 1982, entrando en la lista «Editors' Choice» de 1983 del New York Times) se llevó al cine la película antes citada basándose en la trama diseñada por Umberto Ecco en 1980.
He leído que El nombre de la rosa es una opera aperta, una «novela abierta», con dos o más niveles de lectura. Llena de referencias y de citas, que Eco pone en boca de los personajes multitud de citas de autores medievales. En el nivel básico o elemental muchas de las mismas no son necesarias para la trama, «después está el lector de segundo nivel que capta la referencia, la cita, el juego y por lo tanto sabe que se está haciendo, sobre todo, ironía.»
Pese a ser considerada una novela «difícil», por la cantidad de citas y notas al pie, o quizás incluso por eso, la novela fue un auténtico éxito popular.
Película y novela difieren en algo. Asistimos a muchos de los episodios vistos y narrados en la película, pero otros son transformados o incluso ignorados. Muchos personajes sobreviven o , al menos, no muerte durante, aunque se supone que lo harán en un futuro inmediato (Salvatore, Remigio o la chica sin nombre); otros se van, pero desconocemos su futuro, caso de los franciscanos. Otros, en la película ni existen, y son importantes para resolver lo complejo, pensemos en el viejo Alinardo, y alguno más.
Según cuenta el autor en Apostillas, la novela tenía como título provisional La abadía del crimen, título que dejó de lado porque, como ocurre en la película, centraba su atención en la intriga policíaca. Barajó otro como Adso de Melk, el narrador de los hechos, pero en una entrevista concedida en 2006, El nombre de la rosa era el último de la lista de títulos, pero «Todos los que leían la lista decían que El nombre de la rosa era el mejor.»
A partir de esa base, la novela reconstruye con detalle la vida cotidiana en la abadía y la rígida división horaria de la vida monacal, que articulan los capítulos de la novela dividiéndola en siete días, y éstos en sus correspondientes horas canónicas, algo de los que se nos informa en la introducción: maitines, laudes, prima, tercia, sexta, nona, vísperas y completas.
Son muchas las citas en latín introducidas por el autor, especialmente en las conversaciones eruditas entre los monjes, algo normal si tenemos como referencia que en Italia hasta hace bien poco se estudiaba un buen número de años la lengua oficial del Papado.
La historia está narrada en primera persona por un anciano Adso, que desea dejar un registro de los sucesos que presenció siendo joven en la abadía. La voz narrativa pasa por múltiples filtros (la edad, los años pasados, la introducción de la novela. Según explicó Eco en Apostillas, este triple filtro vino motivado por la búsqueda de una voz medieval para el narrador, apercibiéndose de que finalmente:«los libros siempre hablan de otros libros y cada historia cuenta una historia que ya se ha contado».
La obra no estuvo exenta de polémica, especialmente por la necesidad de interpretar su título o por el intento de aclarar el por qué de las cosas con las Apostillas. Lo cierto es que el lector debe de optar por la información que aporta el autor, por la narración pura y dura, por la intriga, por la carga ideológica y teológica… ¡Qué opte por leerlo! Un libro que va más allá de su enigmático final: De la rosa solo queda el nombre desnudo. Es una gran libro.
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