miércoles, 19 de agosto de 2015

Ansí, como la vida misma


Siempre me he preguntado el por qué del título. De pequeño, cuando estaba en la EGB pensaba que era un error tipográfico. Hoy sé que no, que ese "ansí" equivale a dolor, a drama , y que nos acerca a muchos aspectos comunes y cutres de la vida, a la rutina y al desencanto. Decía Baroja que «La novela en general es como la corriente de la historia: no tiene principio ni fin; empieza y acaba donde se quiera» y esta obra es "ansí". 

La novela El mundo es ansí continúa la trilogía de “Las ciudades”, y está escrita en 1912, pero  da la impresión que Baroja presiente lo que va a ocurrir más tarde en el Imperio Ruso. En esta novela toma protagonista a una mujer , Sacha Savarof, que responde de cualquier manera al arquetipo de acción barojiano. 

Savarof es una joven rusa con gran sensibilidad y carácter melancólico, hija de un militar, que abrazará las ideas revolucionarias, estudiará medicina en Suiza y acabará por contraer matrimonio con un rico vinatero español. 

La novela está dividida en un prólogo y tres partes. Las dos primeras transcurren en Suiza e Italia, la tercera en España.

En ellas se va esbozando el carácter idealista y comprometido, aunque un tanto pasivo, de Sacha Savarof; al tiempo que se retrata el ambiente intelectual de los rusos (la mayoría afectos a la Revolución) que vivían y estudiaban en Ginebra.

De este modo, Baroja vuelve a describir espacios y ciudades como en la novela que la antecede "César o nada", y presenta y desarrolla las principales ideas de su tiempo mediante los diálogos de sus personajes.

Como suele ser normal en el autor guipuzcoano los diálogos carecen de pedantería e invitan, como el peso de la iglesia, la honestidad o su falta, el error de guiarse por las primeras imprsiones,  la brutalidad, etc etemas que, en la mayoría de los casos, continúan todavía vigentes. 

En el prólogo Baroja nos introduce casi al final de la historia que nos va a contar. Sacha se casa, en segundas nupcias, con Juanito Velasco (un señorito rico hijo de un cosechero riojano que «gastó dinero en abundancia, ensayó varias carreras y deportes y, por último, decidió ser pintor»).

En la primera parte el loco de Itzea  se remonta a los orígenes de la muchacha. Así, al mismo tiempo que disfrutamos de la psicología de la protagonista, observamos el diferente carácter de los pueblos europeos que atraviesa la joven, ese espíritu amasado con aquellas cosas que tienen en común y que les dan una identidad propia frente a lo que los diferencia de los demás pueblos de otras latitudes y ambientes.

En esta primera parte encontramos a Sacha en Moscú y Ginebra. Su padre, un severo general del ejército ruso («al llegar a la mitad de la vida y al verse revestido de autoridad se hizo despótico, brutal y puntilloso. Como no era inteligente, creyó que debía ser duro»), librará a Sacha de ser represaliada tras la revolución de 1905.

Durante su juventud, Sacha coquetea con la revolución bolchevique y se identifica con sus ideales. En estos pasajes se aprecia el desdén de Baroja por esa fiera ideología que da sus primeros zarpazos en la historia. Sacha, después del susto, es mandada por su padre a estudiar a Suiza, y allí, en Ginebra, conoce a Ernesto Klein, un judío e intelectual suizo, - realmente un hombre de bajos principios morales-  y a Vera.

Con el primero contraerá matrimonio, y con la segunda establece una gran amistad. No en vano, gran parte del libro asume forma epistolar, pues sabemos de Sacha por sus cartas a Vera. El enlace no acaba bien y marido y mujer se separan. El viaje a Rusia supone el descubrimiento de la falsedad de su matrimonio, pero también de la triste separación entre las dos amigas.

La estancia de Sacha en Florencia es la excusa para regalarnos con sus vagabundeos por la ciudad. Pío Baroja presenta unos apuntes de la ciudad que entran en la mejor tradición de los cuadernos de viaje: visiones que encaja siempre con la óptica del personaje. Esta manera de describir las ciudades y los paisajes, que podemos encontrar a lo largo de toda la obra del escritor, contrasta con su manera de presentar a sus personajes, siempre con descripciones parcas, someras, aunque representativas. En la resplandeciente ciudad de la Toscana encontramos lo más interesante del personaje. Solitaria y melancólica, sus observaciones del entorno y de las personas con las que se cruza son deliciosas. Baroja sabe hilar fino y —como buen médico— acierta en el diagnóstico de ese período europeo y el de sus gentes. Y de pronto, surge de nuevo la llama. Sacha conoce a Juanito Velasco y se casa con él.  

En la tercera y última parte de la novela Sacha llega a España, la tierra de su esposo. Sacha atraviesa la península de Biarritz a Sevilla y, nuevamente, sus observaciones sobre las costumbres del pueblo español y su peculiar temperamento contrastan con ella misma y con cada uno de los sitios que ha ido visitando.

A pesar de codearse con gente de recursos a Savarof le sorprende el general desprecio por la cultura, por la ciencia, por todas las novedades sociales y tecnológicas que están sacudiendo el resto de Europa. Esta es su impresión de España contada a su amiga Vera en una de sus cartas cuando ya lleva un tiempo entre sus gentes: «Mi vida es una vida de movimiento continuo; ir al teatro, al museo, subir a la Giralda, hacer visitas, corretear por las calles. Una vida así me parece demasiado exterior, demasiado superficial para que me guste. No sé, la verdad, si podré acostumbrarme. No comprendo bien la manera de ser española. (…) Éste es un pueblo con dogma, pero sin moralidad. (…) Gran parte de su manera de ser creo que procede de la falta de hogar. La calle les parece a estos meridionales el pasillo de su casa; hablan a las novias en la calle, discuten en la calle; para la casa no guardan más que las funciones vegetativas y la severidad». Después de todo, Sacha termina dudando de si ha acertado esta vez con la elección de Velasco: «Temo en mi vida haberme equivocado otra vez».

Durante su estancia en España, la desilusión de la joven es profunda, y solo ve el mundo como un lugar extraño y cruel.

Las ilusiones de la juventud han desaparecido para dejar paso a un terrible vacío. Casualmente se topará con una inscripción en un escudo de armas de una casa del pueblo de Navaridas, en el que se puede leer «El mundo es ansí». Lo que suscita en Sacha esta frase —que no la abandonará nunca— es «¡El mundo es ansí! Es decir, todo es crueldad, barbarie, ingratitud».

Solo encontrará consuelo intelectual en el gaditano José Ignacio Arcelu, primo de su esposo, un hombre con espíritu e inquietudes afines. Afortunadamente Sacha puede desahogarse con Arcelu, un buen hombre que la colma de cuidados y atenciones, pero al separarse de Juan, ella se marcha sin despedirse.

Al final del libro Sacha recuerda la frase del escudo de Navaridas y reconoce que ella ha sido inconsciente y no ha visto dónde se hallaba un buen hombre: «Ella también, al hombre que le quería humildemente, desinteresadamente, le había tratado con indiferencia y desdén». Por eso Sacha Savarov pierde toda confianza en el género humano y en las alegrías que pueda deparar la vida: «La vida es esto; crueldad, ingratitud, inconsciencia, desdén de la fuerza por la debilidad, y así son los hombres y las mujeres, y así somos todos».

El desmoronamiento de su matrimonio, la pérdida de las ilusiones juveniles, las impresiones sobre España y su vida en el país y el ambiente extraño, por completo diferente al que demandaría la sensibilidad de Sacha, quedan magistralmente registrados.

Esta obra destila un discurso pesimista, el tradicional desencando de Baroja. Es llamativo —incluso profético— que alguien tan joven se rinda tan pronto a la vida y  con el mundo.

Por otro lado, Sacha, mediante el intercambio de cartas con Vera, le aconseja acerca de los asuntos del corazón cuando recibe la noticia de parte de su amiga de que Leskoff, un compañero de estudio de ambas en Ginebra, pretende a Vera.

Defraudada, Sacha recuerda el lema que vio en el escudo de una vieja casa: “El mundo es ansí”. Y acaba por reconocer lo cierto de la divisa: […]¡El mundo es ansí! Con mucha frecuencia me acuerdo de aquel escudo del pueblo y de su concisa leyenda. La vida es esto; crueldad, ingratitud, inconsciencia, desdén de la fuerza por la debilidad, y así son los hombres y las mujeres, y así somos todos.

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