martes, 9 de abril de 2013

No hay séptimo malo


No hay séptimo malo. Aquella aventura que comenzaba con un, para mí, inolvidable “No era el hombre más honesto ni el más piadoso, pero era un hombre valiente” allá por 1996 continúa encandilándome como lo hizo hace 16 años. ¡Cómo pasa el tiempo! 
La verdad es que yo llegué tarde a Arturo Pérez Reverte. Y lo hice a través de Diego e Íñigo. El encuentro con esta saga de capa y espada me permitió abrir otras puertas a las obras de este académico. Empecé con obras, -entiendo que menores- como Cachito, pero tras ésta dí el salto a otras de mayor envergadura desde el punto de vista literario como, a mi modesto entender, “La Reina del Sur”. Esta obra me enganchó, abandonando la idea del periodista metido a escritor, para ver sólo al escritor que, en su momento, trabajó como periodista. 
Las efemérides han ido permitiendo al escritor retomar nuestra historia, especialmente la del siglo XIX, acercándonos a Trafalgar en ese barco que no existió, pero que acompañó a los protagonistas o la desgarradora Sangre de Mayo, en la que el pueblo superó a sus dirigentes, para lo bueno y para lo malo. Es nuestro Galdós contemporáneo. 
En cuanto a este Puente de los Asesinos señalar que me ha encantado esa recreación de las ciudades italianas, la hispana Nápoles, la eterna que no divina Roma, la sobria y fortificada Milán y la Serenísima y traicionera Venecia. 
De su estilo directo, más bien al mentón, que voy a decir si el mismo es preciso y que responde al carácter del Capitán, sobrio. Un lenguaje que nos lleva al Siglo de Oro, a comer con Cervantes y sobre todo a beber con Quevedo y Lope – ¡Ah, Lopito! - . Y la adaptación a la realidad lingüística de nuestra extinta Monarquía Hispana, con sus cordobeses y malagueños, su catalán, ese vasco que cambia el orden natural de las oraciones, o ese aragonés, Copons, con Copons. A estos se le unen los hispanos de Sicilia – magnifico Malatesta- o el moro Gurriato. 
He leído en un blog que lo mejor de la obra son los tres personajes principales. Íñigo, cada vez con más carga y responsabilidad – lo malo de crecer-; el papel de Malatesta, ese enemigo querido – esta vez con más protagonismo, más humanizado, y más abandonado que nunca. Y nuestro Capitán, ese que habla, sin mover los labios, que mide todas y cada una de sus palabras. 
Toda la historia es buena, atractiva, participativa, o ¡es que tú lector no has participado de la conjura! Estamos con ellos, con los que pierden. Por cierto, el final una joya. Una recreación de duelo a muerte en el OK Corral del XVII. Magnífica obra.
Nota a pie de página: Esta entrada fue escrita en abril de 2012, concretamente el 9 de ese mes, y ha sido trasladado a este blog por las razones técnicas que ya he explicado sobradamente. 

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