jueves, 27 de agosto de 2015

La sensualidad pervertida


Con ese título el escritor vasco podría referirse a la lamentable historia de Alfredito en Otoñal, la parte  séptima de esta gran obra barojiana acabada en agosto de 1920. Pero no la sensualidad pervertida es la reflexión del por qué un hombre es así, inevatablemente así.

No lo tenga del todo claro, pero creo que hay bastante de Baroja en este libro que pone fin a la trilogía de las Ciudades. Está considerada cmo novela más intimista de Pío Baroja; ante todo, por estar narrada en primera persona, y segundo, por ese sentimiento que trasmite melancolia, casi derrota ante una vida que parece que va a acabar. Como dice en una página de su capítulo octavo: De cara al invierno "La perversión de la sensualidad me ha ido llevando al puerto". 

El protagonista de la novela Luis Murguía y Arellano, es un personaje que reflexiona sobre su vida, y lo hace desde la tristeza, desde una satisfacción nunca culminada en el campo del amor, en la vida. Como dice en un momento en el Prólogo«recordar mi pasado aclarará mi manera de ser». Luis Murguía es sentimental y cínico, melancólico y cerebral, quijote e hidalgo, débil y fatalista… sin duda es un «pequeño buscador de almas», que se ha dejado llevar por el «placer melancólico del recuerdo».

El protagonista parece tener conciencia de ser «un hombre fracasado, sin proyectos y sin planes». El libro nos presenta un estado de ánimo y un manual de su propia filosofía vital: un existencialismo munca desarrolado de pleno. Sostengo que la insatisfacción en lo personal está presente en este Baroja, ya con cincuenta años, una fecha que le pone «de cara al invierno». 

Es una obra lúcida y crítica con los demás y consigo mismo. Baroja pudo «estudiarse» en el relato colcando de por medio a Don Luis. Con este personaje hace una cata en su intimidad, y descubre una experiencia desencantada de la vida y de su conciencia de haber sido un espectador de la vida. 

Un aspecto especialmente importante es el protagonismo asumido, como en la obra anterior, por las mujeres que son aquí acompañantes de la historia, desde Bebé hasta Ana, la rusa de Paris; desde las hermanas costureras hasta la chica que acaba en la protustución, desde las señoras mayores hasta la desgraciada tuberculosa Adelita..  

 La lectura parece un "blues", una sensación amarga, dubitativa , pero estoica. "No era [yo] el tipo de los que impresionaban a las mujeres, sobre todo a las españolas. (...) No tenía nada de donjuanesco, ni de byroniano, nada en mi aspecto de agudo, de cortante, de decidido. Al revés, era un tipo indeciso, vacilante, de aspecto cansado"El protagonista parece disfrutar en su derrota por actuar siempre desde su racionalidad y saber estar. Se siente honesto, en un mundo en el que la deshonestidad es el valor de ley. Este papel grisáceo del protagonista constrasta con el vitalismo y la inmoralidad de su primo Joshe Mari. ¡Todo un personaje! 

Un elemento que sí que me ha llamado la atención del libro es la nota del editor, un poderoso juego con el tiempo y que aparece como una «Nota del editor de 1954» que te descoloca cuendo acabas el libro y descubres que está escrito en 1920. Lo cierto es que ese ambiente de 1954 es tan rancio y cutre como el ambiente social de finales del XIX y del principios del siglo XX.Si es que este país tiene poco arreglo. 

Los múltiples personajes que aparecen reciben una descripción precisa de ellos y del ambiente que les rodea. De cada uno se nos cuenta una detalle en pocas líneas, cmo he leído por ahí, su epopeya en esta vida, emite un juicio rápido y se pasa al siguiente personaje, y luego a la siguiente ciudad. Como ciudades vamos pasando por grandes (como Madrid y París), tras medianas (San Sebastián y Valladold) y otras pequeñas (Arnazábal, ...)con su realidad, a veces, cruel que nos acerca a su miseria . En definitiva una buena obra que pone fin a un gran trilogía a esta de la ciudades. Me alegro de haber recuperado a este colosal autor.

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