miércoles, 1 de julio de 2015

Vuelo hacia Sin City

Cuando uno tiene Jet lag comienza a tener ciertos desajustes en el sueño. Pues bien, tras ducharme y acostarme caí rendido a la cama. Eran sobre las 10 de la noche hora neoyorkina, al así como las tres de la madrugada para mi organismo. Pero claro debido al desajuste y al temor a quedarme durmiendo y perder el siguiente vuelo, me encontraba despierto a las 2´30 de la madrugada, que era para mi organismo eran sobre las 7 y media de la mañana, la hora a la que estoy desayunando. Di vueltas sobre vueltas y a eso de las cuatro y media me fui a la ducha. Al salir mi mujer estaba ya despierta uy tras ducharse decidimos ir a tomar un café, ya que si bien el breakfast no nos lo daban, pero sí teníamos a nuestra disposición en la recepción del hotel una máquina de café bien surtida de diversas cremas. 

Al salir de la habitación detecte con sorpresa como tenía un sobre con la factura detallada de la noche y que ya nos habían cobrado esta gente. Así evitaban colas inoportunas a horas con poco personal. 

Al bajar nos preparamos el café y cogimos unas manzanas. El recepcionista que tenía cara de buena persona le pregunté si no podían abrir el buffet un poco antes, y me dijo que no preocupara que tendría preparadas unas bolsas con una manzana roja, un browning y una barrita energética , así como otras bagatelas para engañar al hambre. Se lo agradecí y minutos después ya me las estaba entregando. 

Subimos a la habitación en la que mis hijos ya habían empezado a dar señales de vida, recogimos pronto y esperamos en segundo shuttle que saldría de allí a las seis de la mañana dirección al aeropuerto. Bajamos cargados con nuestras maletas e hicimos tiempo. Poco a poco el vestíbulo se iba llenado de gente a la que entregaban las bolsas de desayuno. Poco a poco descubrí que era una auténtica patulea la que saldría en el shuttle. ¿Habría problemas de espacio? 

Para evita malos pensamientos salí del hotel en un día que ya amanecía y amenaza lluvia. Con mi hijo menor saqué unas cuantas fotos de las casas de Queens, y tras esto regresé al vestíbulo. El número de personas crecía. Finalmente, y con unos minutos de retraso llegó el Shuttle. Era un microbús y parecía que todos entraríamos, así como las maletas. Éstas sin problemas fueron atrás, no obstante, hubo que apañarse con algunos chicos encima de sus padres. 

Bueno, salíamos para el aeropuerto. El tráfico a esa hora no era fluido, ni el reparto eficaz. Además nosotros fuimos los penúltimos en desembarcar, pues nos dejaron en la terminal 4. Una vez allí realizamos el embarque de los dos maletas grandes, aunque nos explicaron que nuestro avión salía de la terminal 2, así que tendríamos que desplazarnos internamente. Previo a todo eso había que pasar por el control de pasajeros.

Sin prisa pero sin pausa nos dirigimos hacia ese espacio y descubrimos con horror que la cola no era inmensa , sino infinita. Decenas no, sino cientos, si no un millar de personas teníamos que pasar por el estricto control de seguridad. La cosa parecía no avanzar. Los minutos fueron pasando de forma eterna. Algunos de los que allí estaban se les veía preocupados por una posible pérdida, nosotros conservábamos la calma, no sin cierta tensión. 


Tras mucho esperar llegó nuestro turno. Sacamos fuera los zapatos, las tablet y los moviles. Lo pasamos, pero quedaban unos diez minutos para la apertura de la puerta de embarque y teníamos que ir a otra terminal, no corríamos, sino volábamos por la cuatro en dirección al autobús que nos tenía que dejar. El autobús estaba, nos montamos. 

Todo parecía ir bien, hasta que paró unos buenos minutos en la pista. Con el resuello al límite bajamos con nuestras tres maletas y nuestras dos mochilas buscando la puerta de embarque. ¡Cómo no! Era la última, sin embargo, descubrimos una fila que hacía pacientemente cola. Verificamos que se dirigía a Las Vegas, la nueva Sin City, y esperamos unos minutos. Miré al personal. Iban parejas, un tipo con aspecto italiano mafiosi con la que parecía la sua figlia, alguna gente de color, chicas jóvenes, incluso una niña que iba sola, parecía hija de esa lacra llamada divorcios, llevaba una bolsa, no, no, un saco lleno de chuches para el vuelo. Finalmente, el embarque comenzó y nos tocó la zona trasera. Precisamente a mi mujer y a uno de mis hijos les tocó con la chica de las chuches. 

El día no parecía invitar a tener buenas vistas. Se presentaba con nubes y chafaba la posibilidad de ver el skylane de Nueva York. Sabíamos , por lo visto en las noticias de las cinco de la mañana, que en el zona del Golfo de México , así como en algunos estados centrales de las llanuras tenían posibilidad de tener fuertes vientos y lluvias torrenciales. El avión de la compañía Delta salió a su hora. Al poco de despertar pusieron una película para todo el pasaje, Vengadores: La era de Ultron, que vi sin demasiado interés. 

De vez en cuando, miraba el suelo – el cielo estaba claro, pero las nubes lo invadían todo-hasta que en un momento el día abrió. Comencé a ver. No sin cierta emoción, las llanuras cerealistas del centro de los Estados Unidos. Supongo que se trataba de Oklahoma, pero me inclino a pensar en Kansas en donde se repetían una y mil parcelas rectangulares y cuadradas , que cultivaba en círculo, que aparecía verde.




Tras las llanuras observe como el relieve parecía surgir del suelo y mostraba montañas , cada vez más compactas y altas. En las cimas se acumulaba la nieve. Sospeché que se trataba de Colorado dada la altitud del mismo. Por debajo de las nieves se extendían bosques extensos que en la cara este, quedando prácticamente desnudos en la oeste. 


Conforme nos dirigimos al Oeste la tierra se volvía más dócil, pero también más árida. En un momento dado mi corazón se aceleraba ante lo que veía: se trataban de una meseta terrosa con algunas agujas. Alguna fina y otras más contendentes. Se trataba del cinematográfico Monument Valley , mil veces visto con John Ford y recorrido por John Wayne, en diligencia, a caballo o caminando sin montura. Estábamos en Utah y nos aproximábamos a nuestro destino.



Antes de llegar, otra sorpresa. La tierra poco a poco iba presentando una arruga que se marcaba más en el terrero hasta que en un momento dado se perdía en el fondo. Era el río Colorado y su Gran Canyon lo que teníamos abajo en Arizona. Mi felicidad era absoluta.






Seguimos navegando en las alturas y poco a poco fue un inmenso lago en un área que parecía desértica. En el mismo el río había quedado frenado extendiéndose como un mar. En algunos lugares se veían urbanizaciones y casas de recreo, pensé que se trataba o del Lago Mead o de la presa Hoover, más tarde descubrí que ambas son hijas de un mismo elemento: el humano.





Alrededor desierto y más desierto y algunas montañas con carreteras de tierras que llegaban hasta sus faldas. 

De pronto fueron apareciendo urbanizaciones planificadas en cuadrícula. En gran parte de ellas se veían piscinas y desde la cabina se nos informó que en unos minutos estaríamos en Las Vegas. Vuelta a ponerse en cinturas de seguridad. Por las ventanillas veíamos que la ciudad se extendía como una mancha de aceite planificada.



Grandes avenidas con multitud de carriles y tráfico que por ella se expandía, pero no se veía a nadie andando. No, no se trataba de un Apocalipsis zombie. Allí el Apocalipsis era / es el calor. Hemos salido a las 8:00, y tras ganarle tres horas más al día, aterrizamos a las 11:00.Seguiremos informando.

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